Cada mañana me levanto pensando que será un buen día, pero es mirarme al espejo en el baño y ya tengo la sensación de que eso va a durar lo que dura en deshacerse el azúcar de mi café en el desayuno. Porque desde el primer momento de la mañana el estrés es parte de mi vida, de la vida de mi familia. En cuestión de minutos ese precioso día que me había imaginado se vuelve gris y oscuro. Desde primera hora empiezo a sentir que mis hijos no me hacen caso, me cuesta levantarles de la cama y aunque trato de hacerlo con paciencia y amor termino increpándoles porque se hace tarde. Me desespero para que desayunen, se vistan y preparen sus cosas para salir de casa en un tiempo prudencial.
Todos los días es lo mismo, los gritos en casa son nuestro despertador porque es la única manera que tengo de que me hagan algo de caso. Salgo de casa malhumorada y con mis hijos arrastrándose tras una madre que solo sabe protestar y regañarles. El camino hacia el colegio trato de que sea agradable pero me resulta difícil estar tranquila cuando en mitad del trayecto mis planes se frustran porque uno se deja el bocadillo en casa y hay que volver a la carrera o el otro tiene que llevar chandal porque le toca educación física y se nos ha olvidado…, les culpo a ellos, ellos me culpan a mi, yo me siento culpable…, soy yo quien se ocupa de todas sus cosas y no, no llego a todo aunque lo intento.
Les dejo en el colegio y aunque les echaré de menos no hay un momento de parar para decírselo, para decirles cuánto les quiero. Voy al galope al trabajo, sintiendo que vivo en “el día de la marmota” y que cada mañana vivo con mis hijos es igual o peor que la anterior…, y no solo eso, luego llega la tarde, la temida tarde. Si la mañana ha sido todo un show la tarde no deja nada que desear.
… pienso: “Te están vacilando, esto con su padre no pasa…!” y aunque lo intento no puedo retener mi enfado, cojo la peonza y se la quito gritando: “¡Se acabó! ¡He dicho que os quitéis los zapatos ya!!!. Mi hijo grita “Pero que haces, devuélveme la peonza, es mía!!!!”
Les recojo y les pregunto qué tal el día, “Bien…” me responden sin mucha efusividad, no me da tiempo de ahondar pero en mi interior siento que hay algo, muchas cosas que me pierdo, que no me cuentan, me pregunto: “¿estarán bien? ¿tendrán algún problema?»…, no hay tiempo, tocar ir a la carrera a fútbol, a inglés, a judo, a piano…, a lo que toque, todo con tal de que tengan la mejor educación y “estén bien prepararnos para la vida”, como dice mi pareja.
Llegamos a casa, “Quitaros los zapatos y lavaros las manos.”- les digo. Pasan directos a su habitación, con los zapatos puestos y se ponen a jugar…, voy a su habitación y les repito lo mismo, siguen jugando con sus peonzas, parecen no escucharme. Les alzo la voz y les repito lo mismo para que me escuchen, dicen: “Síii… pesada ahora vamos…!” siguen jugando y yo, empiezo a sentir una presión en el pecho, pienso: “Te están vacilando, esto con su padre no pasa…!” y aunque lo intento no puedo retener mi enfado, cojo la peonza y se la quito gritando: “¡Se acabó! ¡He dicho que os quitéis los zapatos ya!!!. Mi hijo grita “Pero que haces, devuélveme la peonza, es mía!!!!”
Le regaño por gritarme (aunque soy consciente de que lo he hecho yo primero) y les digo: “Castigados sin peonzas una semana!!!”… Mis hijos me miran con tanta ira y desconcierto en la cara…, que ahora mi enfado se ha convertido en tristeza… y en mi interior me pregunto “¿Porqué…, para qué he dicho eso?”
Ahora sí se quitan los zapatos y se lavan las manos pero ni me miran a la cara.
Toca hacer la tarea, ¡nueva batalla! “No tengo deberes…” es la frase de cada tarde, me toca revisar todos sus libros y cuadernos, se les olvida la agenda a menudo en clase, tengo que ocuparme de que estudien aunque lo hacen desmotivados y desalentados.
“Esto es un rollo, queremos jugar!!” y aunque lo sé y siento que a mi también me gustaría que jugaran, lo cierto es que no hay tiempo, y desde mi frustración les digo “¿Qué te crees que a mÍ me gusta trabajar?, pero es lo que hay…” y en mi mente me planteo: “¿Eso es lo que hay? ¿La vida con mis hijos siempre va a ser así, una lucha?”
Terminamos la tarea, hora de baño, pijama, cena y dormir… y de nuevo un nuevo conflicto. “No me quiero bañar”, es la frase preferida de mi hijo mayor, “Ya pero hay que bañarse” es mi respuesta constante.
– “Vete al baño ya!” …
- “¿Por qué?…
- “Porque lo digo yo!”
- “No me voy a bañar hoy, mañana!” …
- “No!! lo harás hoy!”
- “No pienso hacerlo!”
- “O te vas al baño ahora mismo o te quedas castigado y no vas al cumpleaños de Javi mañana por la tarde”…
- “Me da igual… no me voy a bañar…”
Esta situación me saca de quicio, no sé qué hacer, sabe que tiene que bañarse y aun así se opone a cada cosa que le digo, cada día, en cada rutina…, le acabo de castigar con no ir al cumpleaños de su mejor amigo y le da igual… Estoy desbordada!
Llega papá y nos encuentra en plena discusión, cuando pregunta qué pasa, yo le respondo enfadada con un grito “¡¡Tu hijo que hace lo que le da la gana!!”… mi hijo, se va a la habitación y pega un portazo.
Me calmo y trato de ir a hablar con mi hijo pero se niega a hablarme, cuando lo intenta su padre dice que no le entendemos…, que le dejemos en paz. Para lograr que haga caso le dice: -“Si te bañas ya te compro este finde el juego de la videoconsola que querías…” yo no estoy desacuerdo con eso… pero si logra que se bañe, habremos ganado la batalla ¿?.
Hora de la cena. Mi hijo pequeño: “No quiero verdura”…
– “Te la vas a comer”, le dice su padre.
- “No!! no me la voy a comer, no me gusta…, hazme otra cosa mamá!” dice llorando…
Yo estoy agotada y por no oírle me levanto de la silla para hacerle algo diferente, mi pareja me dice que no lo haga, pero ya no tengo fuerza para luchar más… terminamos discutiendo nosotros, mi hijo pequeño se va a la cama sin comer la verdura.
Puede que esta situación familiar te parezca exagerada o quizá te sientes muy identificada con cada palabra escrita. Si es así, supongo que cada noche cuando llegas a la cama, te ocurrirá como a esta madre y te plantearás:
“Esta no era la idea que yo tenía de familia cuando iba a ser madre…, imaginaba una buena relación con mis hijos, creía que sería una madre que sabría escucharlos y comprenderlos, que me llevaría bien con ellos y que disfrutaría.., pero no es así…
¿Cómo hacen otras familias para que su hogar no sea un campo de batalla?
¿Es posible que los hijos hagan caso sin tener que recurrir a amenazas, chantajes y castigos?
¿Es posible resolver los conflictos con los hijos sin gritos y vivir con tu familia en calma…?”
Desde luego que es posible y desde luego que tú puedes disfrutar de tu maternidad real y positiva, logrando tener una buena relación con tus hijos, aprendiendo a educarlos con amabilidad y firmeza, resolviendo los conflictos desde la calma y logrando que tu familia sea el espacio de bienestar que todos os merecéis, con tres claves que quiero regalarte.
✓La primera: Implica a tus hijos en las rutinas del día a día, fomenta en ellos la autonomía para que se sientan parte de un equipo y no meros “súbditos” que deben obedecerte, solo un niño motivado hará aquello que le haga sentirse bien.
✓La segunda: Pregúntate ¿Qué relación quiero tener con mis hijos? Piensa que aspectos son importantes para tí, sobre qué valores basas tus acciones y trata de traducirlos en normas coherentes que permitan fomentar la relación que quieres tener con tus hijos y que les ayuden a aprender qué actitud deben tener ellos en cada circunstancia.
✓La tercera: Ten en cuenta tus necesidades y las suyas. Utiliza la negociación cediendo en algún sentido por ambas partes para resolver conflictos con tus hijos, ¿has pensado como te sientes tú cuando te ordenan y no te dan opción a elegir ni opinar?
Espero que estas tres claves te ayuden a mejorar tu relación con tu familia. Desde luego que hay muchos aspectos más que podemos valorar juntos, muchos más recursos que podéis adquirir para poder disfrutar de una familia en calma, puedes contactar aquí conmigo para comentarme tu caso.